- No sé por qué, pero me encantan las carreteras - dijo el viejo a mi lado.
- ¿Cómo así? ¿La Carretera? - le pregunté un tanto incomodo por tener que conversar.
- Sí, es como ir en busca de algo, pero disfrutar sólo el hecho de ir… - y siguió hablando mientras yo iba perdiéndome en mis propias divagaciones.
Así comenzaba mi
primer viaje largo en un bus al sur, escapando del calor y el ajetreo de la
ciudad. Dejando atrás responsabilidades y cosas pendientes, apurado por empezar
a llenar la vida de experiencias, de esas variadas, imborrables,
aleccionadoras. De esas experiencias que nos hacían falta.
El bus iba
lleno, como siempre había elegido la ventana, me gusta perderme en lo que pasa
afuera. A mi lado el viejo que hablaba de las carreteras, se empinaba un poco
sobre el pasillo para observar el asfalto por el parabrisas del bus. Algo
seguía diciendo y metaforizando sobre la carretera y la vida, pero yo ya estaba
perdido en mi ventana, jugando a que un corredor imaginario esquivaba los
árboles y postes que rápidamente iban quedando atrás mientras avanzaba el bus.