viernes, 6 de junio de 2008

Democracia y Descentralización del Estado

Jose Arocena (sociologo urguayo), nos muestra de manera sucinta un resumen conceptual del tema de lo “local” y nos propone un abordaje metodológico para entender el debate que en torno a él se genera; además de reconocer que es una problemática de alta contingencia en los países latinoamericanos, y que, abordarlo y tratar de ofrecerle soluciones, se constituye en un verdadero desafío de nuestros tiempos. Es sin duda interesante la introducción histórica y cultural que propone el autor y que justifica la conformación en extremo centralista de la organización político administrativa de los Estados del continente. Afirmando que este modelo organizativo se encuentra, sino en crisis, al menos cuestionado; y creo interesante que a esta centralización institucional (de manera independiente a la forma en que se organizó el estado, en tanto unitario o federal) se le reconozcan ventajas y aportes considerables a los países en cuestión, es el caso de su esfuerzo por distribuir los ingresos y propender a una mayor justicia social.
Cuando aborda la realidad de la organización político-administrativa del espacio local, es decir los municipios, es concluyente en su diagnostico, so pena de sonar alarmista y/o pesimista, reconociendo la debilidad de las instituciones locales y su poca incidencia en la vida de la comunidad. Son instituciones con poca información, limitada a reproducir hábitos, que no consideran la cooperación intermunicipal, con déficit en su recurso humano y financiero, con una dependencia extrema del subsidio del gobierno central, incluso muchas veces, nos encontramos con deficiencias en la prestación de los servicios básicos característicos de los municipios.
El autor reconoce que la “crisis” se da en cuanto la centralización ya no es funcional para el espacio local y su identidad; estas sociedades “no encuentran más los mecanismos que les permiten existir como tales y al mismo tiempo beneficiarse de la centralización”, por tanto surge como un imperativo superar dicha situación, donde se constata que el camino que está en plena expansión, es el tránsito desde lo “cultural” (la identidad local) a lo “económico” (además de propender a una nueva lógica organizativa, se busca incidir en el desarrollo de la comunidad local).
Es fundamental para comenzar a descurtir el tema de la descentralización, que el autor admita que las propuestas descentralizadoras (antes indiscutidas portadoras de democracia y desarrollo) han sido, en los últimos años, blancos de críticas y suspicacias, en tanto a los intereses reales que existen detrás de sus defensores (organismos internacionales, gobiernos de países desarrollados y voceros del neoliberalismo) y los verdaderos efectos que conllevan (liberaría la penetración de capitales multinacionales, acrecentaría las desigualdades, debilitamiento de los mecanismos de defensa de la ciudadanía, etc.).
Todo ello lleva a que sea lógico el debate sobre el tema, considerando además la doble naturaleza de la discusión (al reconocer en la descentralización un factor organizativo e institucional, y otro socioeconómico), y nos orienta sobre una manera que evitará que este debate sea confuso y poco efectivo; esta es reconociendo cuatro ejes conceptuales de discusión, cada una con dos soluciones extremas, dependiendo de la cultura (centralizada o no) desde donde se aborde, fundadas en hipótesis propias y contrarias. Independiente del eje que abordemos, el autor resume que podremos encontrarnos frente a la dicotomía de “dos sistemas de valores netamente diferenciados”: los que valoran la iniciativa (particular, privada) como instrumento privilegiado de todo cambio, y quienes ven el orden el principio racionalizador que asegura homogeneidad social y unidad nacional; dicotomía que en la realidad significa que la organización social es una combinación de orden e iniciativa, donde van variando los énfasis dependiendo del modelo cultural que predomina.
En la última etapa del texto el autor manifiesta que el alinearse bajo culturas descentralizadoras para ciertos ejes no impide aceptar o adherir a posiciones consideradas centralistas en otros.
Nos encontramos ante polémicas muy contingentes: es el caso de la privatización y su, en estricto rigor jurídico, componente descentralizador, ya que ante la crisis del Estado Benefactor en América Latina la privatización es fortalecer la iniciativa privada, el problema es qué tipo de “empresa” es la que resulta fortalecida y si ésta significa diversificar la estructura productiva y que se articule en redes flexibles; algo que en la realidad no siempre es un axioma, la privatización en empresas grandes y monopólicas no significan para nada diversificar la producción ni menos favorece un mayor desarrollo y protagonismo de entidades privadas pequeñas, y tenemos que, al abordar la descentralización sólo como un proceso privatizador, nos encontramos frente a mecanismos que sólo beneficiarán a elites que ya son privilegiadas.
Otra polémica es el modelo democrático que postulamos o buscamos defender con la descentralización y su aporte en la participación ciudadana; es decir, como queremos que se manifieste la mayor participación que trae aparejada la descentralización; buscamos, al aumentar el peso de lo local en la toma de decisiones, fortalecer la representatividad del sistema o fomentar la participación organizada en una nueva concepción de democracia.
Por último se nos presenta la descentralización confrontada con la integración supranacional predominante en el mundo moderno, enunciando que la descentralización no puede desconocer el impulso globalizador de este sistema económico, donde son signos de los tiempos la búsqueda y consolidación de mercados comunes continentales, los cuales requieren de “actores no centrales que comiencen una intensa relación de intercambio entre sí”; ya que superar el freno al desarrollo que implica el modelo “balcanizado-centralista”, en el que se fundaron y crecieron los países Latinoamericanos, requiere de la integración, más que entre gobiernos, de la sociedades civiles de Latinoamérica.
Este ámbito global impulsa un modelo de desarrollo que ha generado, como externalidades negativas, la: exagerada concentración industrial, el “pleno empleo” de todos los medios de producción, la producción masiva, la organización empresarial tayloriano-fordista (relación salarial directa, jornada de trabajo completa, con contrato de trabajo estable; que conlleva a la individualización y segmentación de los trabajadores, dentro de un sistema de producción masiva para un consumo masivo e indiferenciado), la destrucción del medio ambiente y las grandes concentraciones urbanas. A mi parecer, es un imperativo moral discutir, en paralelo a las reformas descentralizadoras y su intensidad, si el modelo de producción y desarrollo en el que nos encontramos es la mejor alternativa posible para cada miembro de la comunidad local. Según esa reflexión podremos saber si lo local se constituirá o no en protagonista de un nuevo paradigma.

MANU(el Andres) SANDOVAL (Baros)
una constante búsqueda....

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